¿Qué mensaje nos traen las emociones?
Si bien es cierto que las emociones son un dominio que se está estudiando científicamente desde hace relativamente poco, no es menos cierto que ya existe consenso respecto al impacto de la gestión emocional en la vida de las personas.
La discusión de si somos seres racionales o emocionales parece haber quedado obsoleta, dando paso a un nuevo enfoque donde lo racional y lo emocional forman un complejo entramado. Somos seres racionales y emocionales.
Las emociones son una respuesta fisiológica diseñada para la supervivencia
Todas las emociones nos traen un mensaje importante para nosotros, ponen luz en nuestros valores, necesidades, juicios. Son nuestras maestras en el proceso de autoconocimiento.
Y debemos escucharlas para hacer una gestión adecuada de dicho mensaje. Y digo gestión y no control, pues esto último supone no escucharlas e intentar taparlas.
¿Por qué no las escuchamos?
A pesar de la importancia de escuchar el mensaje que nos traen las emociones, hemos aprendido desde pequeños a callarlas y taparlas, enseñados por la sociedad o incluso por nuestros padres.
Quién no ha escuchado de pequeño, o de no tan pequeño, “no llores, no estés triste, anímate, no te enfades, no tengas miedo, o incluso controla tu alegría que si algo se tuerce sufrirás más”
Quizá por no saber qué hacer con ellas, acabamos confundiendo la emoción con la respuesta emocional. Podemos llegar a identificar la rabia con responder con violencia. Desde este prisma, mejor me callo y guardo mi rabia en el fondo de mi ser.
¿Qué nos pasa cuando no escuchamos alguna de nuestras emociones?
La resistencia a escuchar el mensaje que nos trae la emoción provoca que con el tiempo aumente su intensidad y nos resulte más difícil de gestionar. Cada mensaje que no escuchamos va subiendo la presión de la olla, y llegado el caso, explota. Por ejemplo, si no escuchamos nuestra tristeza, podemos quedarnos estancados en un proceso de duelo, no llegar a aceptar la pérdida y caer en una depresión.
Además, todas las emociones están conectadas como en un circuito eléctrico, por lo que si anulas una emoción esto tiene un impacto en el resto.
Una consecuencia de bloquear una emoción, es que sintamos otra de manera recurrente, y ocurra lo que ocurra, acabamos sintiéndola. Es lo que se conoce como adicción emocional.
El origen de esta adicción puede ser que en el pasado, quizá desde la infancia, esa emoción nos ayudó a superar una situación difícil, y aprendemos a vivir en ella de forma inconsciente, a pesar de tener otras circunstancias y no necesitarla, a pesar del coste que nos supone.
Y de repente, te ves convertido en un adulto adicto al enfado, a la ira, que no se permite la alegría, y que va incluso buscando motivos para estar enfadado.
¿Cuál es la intención positiva de cada una de las emociones?
El amor nos mantiene vivos, nos recrea, nos saca brillo.
Es conexión, vínculo, ternura, también amarse a uno mismo para cuidar la autoestima.
El miedo nos alerta de un posible peligro.
Esto hace que nos preparemos con los recursos necesarios para salir indemnes de ese peligro. Sin miedo, seríamos temerarios, no preparándonos para situaciones que requieren nuestra atención y consciencia de los recursos que necesitamos.
La sorpresa nos avisa de que lo previsto no va a ocurrir.
Nos prepara para poner toda nuestra atención y recursos en los eventos inesperados, para poder afrontarlos con éxito.
La tristeza nos conecta con la pérdida de algo importante para nosotros. Es un motor para un nuevo deseo.
La confianza nos une y nos permite construir juntos. La confianza en uno mismo nos proporciona la energía para crecer, para explorar cosas nuevas.
La rabia nos conecta con nuestros valores, con lo que para nosotros es justo y nos ayuda a poner límites y cuidar nuestra autoestima. Nos da fuerza para cambiar lo que no nos gusta, conectándonos con nuestra creatividad.
El asco nos aleja de lo que nos perjudica, física o psicológicamente.
La alegría nos proporciona salud y bienestar, aumentando nuestra energía. La alegría nos invita a proponernos nuevos retos. También nos invita a compartir, nos acerca a los otros.
Entre el estímulo que nos genera la emoción y nuestra respuesta está nuestra posibilidad de decidir qué hacer.
Cuando respondemos desde la emoción, damos una respuesta reactiva, una respuesta automática aprendida hace miles de años para la supervivencia.
Tomar conciencia de la emoción, aceptarla sin juzgarla como buena o mala, regular su intensidad e indagar en el mensaje que nos trae, nos ayuda a conocernos mejor y a elegir nuestra respuesta de forma más serena, meditada y consciente para adaptarla a nuestros objetivos y mejorar el resultado que obtenemos.